martes, 23 de junio de 2009

Interior con fantasma



En general el día sábado no voy a la biblioteca porque la sala donde estudio cierra, sin embargo, las del tercer piso están abiertas. No está muy lleno, entro, voy directo al fondo. Mientras preparo mis cosas me doy cuenta que frente a mí hay una especie de composición, como se dice en términos artísticos.
Un joven de unos treinta y cinco años con dos libros y un cuaderno sobre la mesa. A su lado, en la cabecera, está sentada una mujer de unos sesenta y cinco años, que no está leyendo. Ella –no es difícil suponerlo– está simplemente acompañándolo. Se parecen mucho, sin duda es su madre. Ni siquiera ojea un libro, es como si estuviera en una sala de espera. Es un fantasma a su lado, como si cada uno anduviera por la vida con un antepasado que lo escolta. Ella no está en la biblioteca, está con él, no vino a leer, vino a hacerle compañía. Lamento no haber traído la cámara fotográfica. Es el inicio de algo, un film, una novela, un cuento. Sé que no podré leer ni una página del libro que traje. Cada vez que ella cambia de posición es un nuevo fotograma. Apoya la cabeza, se arregla la falda, se toca la nariz, los anteojos, revisa el estuche de su hijo que está sobre la mesa, lo abre y saca una billetera. Él sigue leyendo como si estuviese solo, página tras página. No la abre, la billetera es negra, repasa con sus dedos los bordes gastados, brillantes, está deformada por el uso. La deja. Trato de no mirarlos por un rato. Ahora está sentada con los brazos caídos como si nada de lo que hace importara. En realidad no importa, sus movimientos no son una coreografía que suponga causa y efecto.
Mira a una estudiante que pasa y que viene a sentarse una mesa más acá. Se toca las manos como si estuviese aplicándose crema humectante. Pasa otra hacia las salas del fondo y la mira de arriba abajo. Sigue masajeándose las manos. Llega una pareja de estudiantes que por desgracia se sientan justo delante de ella, sólo veo a su hijo que continua la lectura. Se parecen tanto. Él sostiene el libro un poco levantado, lo apoya. No la mira, no se fija en nada de lo que ocurre a su alrededor, nada lo distrae. Se escuchan pájaros, el movimiento de las sillas, gente que entra y sale de la sala. A pesar que no la veo, la imagen del hijo remite a su madre, que hasta hace poco podía ver como un retrato en un salón. Finalmente, la estudiante se agacha, avanzando el cuerpo para escribir más cómodamente sobre un cuaderno. Así puedo volver a ver a la mujer. Está con la cabeza hacia delante, el cuello estirado, lee lo que su hijo lee, siguiendo con la mirada las palabras. Un cuadro pedagógico. El joven, de más de treinta y cinco años estudia, la madre, que dobla su edad, lo acompaña.
La estudiante deja de escribir y vuelve a levantarse. Pierdo de vista a la madre, pero deduzco lo que ocurre. Él le muestra algo en el libro. La muchacha vuelve a escribir. La madre lee con desgano, mira sobre los anteojos, lo que su hijo le muestra, sonríe, también con desgano. Él vuelve a su lectura, ella como si se desconectara completamente vuelve a la espera. Mira fijamente el guardapolvo del librero que está detrás, no se detiene mucho tiempo en eso. En nada más bien. Estira su mano y levanta una hoja del cuaderno de su hijo, él la mira y le sonríe. Ella no lo ve porque ya está mirando para otro lado. Él escribe en el cuaderno, ella lo mira escribir. Podría ser enternecedora la imagen de una madre que mira a su hijo, sin embargo, en la biblioteca, a la edad de cada uno de ellos, la escena se enrarece. Ella parece un fantasma a su lado. Él es el fantasma de sí mismo y su infancia. Ella representa la vida pasada, él la medida, o más bien la relación de medida. Él mira su reloj, ella al vacío. Lo que me llama la atención es el desprecio con que mira al vacío.
Una hora después vuelvo a fijarme en ellos. Ella escribe algo en el cuaderno. Él la mira escribir y luego lee atentamente. Se miran, él vuelve a la lectura, ella a la espera. Se mira las uñas y repasa cuidadosamente una con otra. Afuera suena la diana, no es broma, hoy es fiesta en Perugia. Se celebran dos cosas, el día en que el ejército piemontés entró en la ciudad durante la unificación de Italia en 1859 y, al mismo tiempo, coincide con el día en que, durante la Segunda Guerra, los aliados entraron en la ciudad para liberarla. Unificación y liberación, simultáneamente, así es la vida.
Ahora la mujer tiene los dos codos apoyados sobre la mesa y su cara en las palmas de las manos. De la espera hemos pasado al aburrimiento. Él le dice algo, se paran, toma sus cosas y se acercan a la salida, ella lo toma del brazo antes de llegar a los escalones. No puedo evitarlo y los sigo. Él devuelve los libros a la encargada de la sala, la madre espera sentada al lado de un fichero gris. Le entregan unas fotocopias y luego van hacia el ascensor. No tengo el coraje de subirme con ellos. Bajo las escalas, sé que el ascensor es lento y que tengo tiempo para llegar abajo antes que salgan. Veo que caminan hacia el hall. Se devuelven, van hacia los baños, ella se fija en la puerta, busca el de mujeres, sin embrago son mixtos, individuales pero mixtos. Él entra en el que tiene el número dos, ella en el tres. Los espero en el hall. Se demoran, empiezo a pensar que salieron sin darme cuenta. Voy hacia los baños, ella lo espera afuera. Brazos cruzados, el suéter puesto sobre los hombros, lo espera. Vuelvo al hall. Salen sin hablarse, madre e hijo.
Vuelvo a la sala, tomo una revista y la abro en una página cualquiera, no puedo dejar de pensar en la escena que acaba de terminar. Leo una reseña que comenta que hace menos de un mes apareció en italiano un volumen publicado por Manfred Pohlen titulado «En análisis con Freud». Se trata de un caso clínico que no fue escrito por Freud sino por uno de sus pacientes, conocido como «el hombre que perseguía a las mujeres». El doctor Ernst Blum se sometió a una terapia en 1922, la que transcribió estenográficamente a pesar que suspendió repentinamente el tratamiento. En fin, cada uno persigue lo que puede, conciente o inconscientemente, unificación o liberación.

1 comentario:

Kevin Murray dijo...

Thanks for this Pablo. There seems something quite uncanny about this scene, like a pre-Oedipal dream. I hope you manage to get your attention back to your own books.