domingo, 29 de junio de 2008

Escribir para escribir



Hace ya un par de semanas que terminó en Roma la muestra «Ottocento: da Canova al Quarto Stato», que reunió una selección de obras del siglo XIX italiano, básicamente pinturas, aunque había también dibujos y algunas esculturas que hacían de arco triunfal para un siglo en el que la península del Mediterráneo pasó de la dominación napoleónica — como otros estados de Europa de la época — a la unificación de Italia en 1860. Me gusta la idea de hacer una reseña de una exposición que ya cerró, es decir que se ha vuelto parte del oscuro pasado en el que cae la actualidad cultural una vez que se cumplen sus plazos. En todo caso, queda el catálogo — costosísimo — que bien puede motivar a quien se sienta tocado por la necesidad de guardar registro del registro a todo precio.
«Ottocento», fue una muestra "exquisita", prefiero usar este término sincero y un poco kitch, que rescato de Virginia Woolf y que ella usa para definir un personaje en su conferencia de 1924, «Mr. Bennett e Mrs. Brown». Por qué usar un concepto así de relativo, bueno, porque me parece que ese sería el término que hubiese utilizado para comentar con M. Praz, un autor que admiro profundamente y con el que imaginariamente converso de vez en cuando. En esta ficticia oportunidad, hubiésemos tomado el té en el pequeño café que hay en el segundo piso de las Scuderie del Quirinale, un edificio imponente en diagonal a la casa de gobierno en Roma, donde se realizó la muestra. Esta exposición, como explicaba antes, renovó mi supuesto diálogo con el erudito italiano. Entre cientos de obras cargadas de esa fuerza simbólica que Praz adoró, acumulativa y cualitativamente, se podía apreciar el paso del tiempo que significó el siglo XIX. Cuando me refiero al paso del tiempo, no busco sólo describir las líneas cronológicas que se dibujan con solo mirar los cambios temáticos, formales o técnicos en las obras de arte (sobre todo considerando el advenimiento de la fotografía), sino además expresar la idea de ritmo en el sentido de la danza, incluyendo no solo la fluidez y el encanto de los ademanes de quien sabe llevar la cadencia correcta, incluyendo los saltos y tropezones que están incluidos en el baile. La exquisitez de estas obras, por unos meses, establecía el diálogo perfecto con la casa-museo de Praz, en esta misma ciudad. Sinceramente recomiendo visitarla. Fue allí donde vivió las últimas décadas, hoy convertida en un diorama de su libro «La casa de la Vida» y donde vuelvo cada vez que me encuentro en la otrora capital del imperio.
Pero, ¿qué tiene que ver el título de esta columna que pareciera tratar sobre la escritura cuando en realidad sólo me he referido a una muestra de arte? Calma, entre las obras que se exponían estaba un cuadro de Federico Faruffini, pintado entre 1864-1865, intitulado «La lectora o Clara», óleo sobre tela 40.5cm X 59cm, perteneciente a la colección de la Galleria d'Arte Moderna de Milán.
A pesar que esta obra no estaría en los limites cronológicos que Praz se auto-impuso para su colección, concentrándose especialmente en las primeras décadas del XIX, sé que habría tenido palabras harto más provocativas que las asociaciones que he intentado desplegar aquí, las que más bien revelan mi propia limitación para la danza.
En el cuadro de Faruffini aparece una mujer de espalda mientras lee, de acuerdo con la época y con las emancipaciones asumidas por las mujeres de su tiempo, la adorable Clara sostiene delicadamente, con la mano izquierda, un cigarrillo, mientras con la derecha sujeta el libro, esto le da un aire "encantador". Esta es otra palabra que resulta alergénica para algunos intelectuales que se resienten ante este lenguaje impresionista que hace perder peso crítico al crítico, pero que viene muy bien con el siglo XIX al que tornamos mientras recorremos la casa Praz, junto a la historia. Sobre la mesa de Clara hay un montón de libros. Es aquí donde entra la escritura. Cuando miré este cuadro pensé en una idea que me vuelve cada vez que me enfrento a recopilaciones bibliografías como la que alcanzó a reunir Praz durante su vida y que incluye libros, artículos, recensiones, critica de arte, relatos de viajes, etc. ¿Cómo hizo para escribir todo lo que escribió si al mismo tiempo leía cantidades astronómicas, enseñaba en la universidad, visitaba muestras y recorría los anticuarios de Roma, sin descuidar los viajes por cierto?. En ese momento pienso que no sólo escribir consiste en escribir sino que además hay que leer lo que se escribe, es decir corregir. Es vertiginoso. Quiero decir, me hubiese encantado seguirlo durante un día, evocando ese cuento genial de T. Capote cuando acompaña a su empleada por algunos departamentos de New York que debe limpiar. En el caso de seguir a Praz sería una especie de «acta de erudición», más que el registro antropológico a la siga del informante nativo. Como hablaba con un amigo hace pocos días: esto es algo que va más allá del hecho que no hayan perdido su tiempo en ver televisión. Porque, además, tenemos que considerar que escribían sin computadoras, sin internet y no bastaría tener un sistema de asistencia doméstico que nos hiciera olvidar que los refrigeradores no se llenan solos y que no basta desear el almuerzo para que la misma Musa que nos asiste o el Genio que nos sopla al oído frase a frase nos acerque un rico tentempié.
Es así, en un momento el cuadro nos ofrece el recuerdo de un mundo que se fue. Estamos perdidos en un nuevo tiempo para la escritura y la lectura, mientras vivimos la prueba palpable que la famosa «madeleine» de Proust no es transitiva. Es decir que el camino que siguen los recuerdos no se puede hacer de vuelta y que, menos aún, los objetos de la reminiscencia son recíprocos. El cuadro me recuerda la experiencia de la escritura cotidiana, Praz me devuelve al momento en que una amiga chilena puso en mis manos el primer libro de Praz que leí, todo eso a la vez. Mientras, si intentara el mismo procedimiento a la inversa, seguramente el itinerario de la memoria no sería el mismo. Quizás por eso sigo intentando escribir y bailar. Porque tal vez la maravilla no se manifiesta si no es en su repetición, ligeramente alterada, siempre evocadora pero jamás igual ¿Exquisito no?

Roma, Junio 2008