miércoles, 3 de marzo de 2010

Sushi, tsunami, hara-kiri

Katsushika Hokusai (1760-1849)
La gran ola (grabado sobre madera)

Cualquier cosa que se diga en estos momentos en que la naturaleza se ha expresado, en su escala siempre mayor, corre el riesgo de parecer ridícula y antropocéntrica. Sin embargo, esta especie de elocuencia ante el “sublime dinámico” -broma kantiana aparte- poco tiene que ver con las escenas románticas que entusiasmaron a quienes, sintiéndose a salvo, en alguna orilla lejana, miraron el naufragio ajeno en pinturas y grabados. Esto es el naufragio propio.

El terremoto que acabamos de vivir y el posterior maremoto nos enfrentan a algo más que la destrucción física y geográfica. En todo caso, no sé por qué ahora les ha dado por llamarlo tsunami, seguro por la misma popularidad del sushi y otros orientalismos. Como si el español no bastara -en su herencia latina- para describir la puesta en movimiento de las aguas, las que, en realidad, nunca han estado quietas, menos aún el Pacífico sur. Maremoto, mare in moto… En fin, lo que debiera estar quieto se movió, terra in moto. Lo que está regido por el gobierno de las mareas operó bajo otras leyes. Una serpiente gigante que sale del mar, su cola arrasó con todo lo que estaba cerca, como si no bastara que nuestro país fuese delgado, aislado, montañoso y subdesarrollado… ahora, además, asolado, desolado.

Pero no escribo esta nota para quejarme porque Poseidón -que le hizo tan difícil la vida a Ulises- se las emprende en contra de esta comunidad de arribistas pseudo-grecolatinos, sino para referirme a lo que la prensa llama el “segundo terremoto”. El “terremoto social”. Pobladas que, en los lugares más afectados, están saqueando las casas y los negocios de quienes lo han perdido todo. Bien, es que literalmente se ha perdido todo. Pero se había perdido mucho antes, se han perdido las bases que fundaron históricamente las estructuras sociales. La violencia que vemos no es causada por el terremoto, no. Es la liberación de una energía guardada por años, años de profundo deterioro de la vida en comunidad. Tal como cuando los sismógrafos explican que la zona del terremoto es una zona llamada “de silencio sísmico” y todos los especialistas esperaban, hace años, un cataclismo como el que vivimos. La gran zona de silencio social se ha manifestado. Un silencio que tiene muchos años. Solo quiero llamar la atención sobre un aspecto, un desequilibrio particular.

Un país democrático, en plena expansión de sus fuerzas armadas, en constante compra y recambio de sus equipos y profesionalización de su contingente militar, que compra barcos, aviones, misiles; que hace grandes despliegues con otras flotas armadas del mundo desarrollado, y no tiene la capacidad tecnológica para que las autoridades civiles de los centros habitados tengan telefonía satelital que los independice del sistema nacional de comunicaciones cuando ocurre un desastre como éste es una vergüenza. Un país en ruinas, mucho antes que el mar se salga. ¿Qué decir? Simple, que esto obedece a un profundo desequilibrio, a una diferencia radical entre los componentes de una misma sociedad. Y después se escandalizan porque las pobladas invaden las supermercados y los saquean. La gente está cansada, esto ha venido a colmar la paciencia y la obediencia sumisa que nos caracteriza. Alguien que ha crecido teniendo poco, que ha trabajado una vida para tener poco y nada, lo pierde todo ¿Por qué tendría que reaccionar de manera culta y ordenada? No nos olvidemos que en el terremoto de 1906 el general Gómez Carreño hizo colgar en la plaza pública a los saqueadores y las hordas que recorrían los barrios de Valparaíso -en el suelo- cortando dedos y orejas, para hacerse de pendientes y anillos de los miles de muertos sin sepultar.

Pensemos un poco menos cándidamente, mejor que las hordas vayan en búsqueda de lo que está en los locales comerciales y en la viviendas destruidas, por suerte que no se les ocurrió ir por los juguetes de punta con que se divierten los militares en su mundo privado. Jardín de las delicias de un país concentrado en compararse con el resto en su riqueza militar, en vez de mirarse a sí mismo y verse en su miseria civil. Nos hemos preocupado de parecer grandes entre los países del cono sur… una potencia… vamos a ir al mundial de Football ¿Qué más se puede pedir? Pues bien, este es el premio a la arrogancia. Por un minuto, o más bien, después de dos minutos y ocho como ocho grados Richter, este silencio histórico se convirtió en una voz, síntoma de los tiempos, sino un signo de la pérdida cultural en que vivimos.

En el coro de Antígona, Sófocles, hace veintisiete siglos, escribió: “nada más pavoroso que el ser humano”, mucho más que la naturaleza, por cierto. Estas diferencias lo prueban. Mientras los presupuestos de armamentos superan los de educación y salud, no puede haber peor forma de manifestación de la bajeza del ser humano. Esa es la causa del terremoto social. Estado, dime en qué gastas y te diré quién eres y lo que cosechas.

Para terminar, mientras la tierra temblaba, estaba con unos amigos en un camping muy cerca del epicentro. Escuché por radio, al secretario de gobierno, decir que no había alerta de maremoto, afortunadamente nuestro instinto pudo más y no escuchamos las voces oficiales. En este caso, creo que esas autoridades, las que niegan su responsabilidad, debieran asumir otra tradición japonesa, así como les gustan los tecnicismos del tsunami y no usar la palabra maremoto, y procedan ahora con el seppuku o harakiri… ellos son culpables de cientos de muertos. Eso sí es vandalismo, eso es violencia. ¿Qué importaba dar la señal para que la gente arrancara y luego agradecer a coro por la falsa alarma? ¿En qué pensaban nuestros especialistas, acaso, en todo lo que sabemos de la naturaleza y en los tecnicismos de si se retira el mar o viene una marejada y las diferencias entre tsunami y maremoto? Por favor ¿Ingenuos o imbéciles, o ambos adjetivos? Ya poco importa. Se trata, siempre se trató, de vandalismo de Estado, un Estado que ha invertido el orden de las prioridades. Que cedió todos los derechos a entidades privadas y ahora pretende exigir deberes a las personas naturales ¿Por qué esa forma de Estado se cree con el derecho de exigir un orden de prioridades que ellos mismos no han guardado? Ellos invirtieron el sentido de la comunidad: primero las armas, la fuerza y lo material; después la salud, la educación y la cultura. Debieran asumir su culpa, pedir perdón. El gobierno habla que no es momento de reflexión sino de acción. Tal vez la primera acción sería pedir perdón. Difícil en un país donde sólo conocemos el perdón otorgado a culpables silenciosos y nunca hemos escuchado a nadie pedir perdón y reconocer sus culpas. Pero eso ya es historia.