domingo, 17 de febrero de 2008

Panoramas de una Biblioteca Augusta

La biblioteca comunal de la ciudad de Perugia, Italia, está a 493 metros sobre el nivel del mar. Seguramente, es una de las más altas en la que se pueda estudiar. Ofrece a sus usuarios vistas espectaculares. Desde la Piazza Rossi Scotti, al final de la escala de doscientas gradas, se puede ver el barrio de la Università per Stranieri, al fondo, Porta Sant'Angelo con su torreón y el cono perfecto del templo del mismo nombre, con los cipreses que lo rodean. Desde las salas de lectura del piso superior, se ve claramente el valle del noreste de la región y, dependiendo de la claridad del día, esta visión puede alcanzar un nivel de detalle más bien pictórico que fotográfico. La biblioteca está ubicada en el Palazzo Conestabile, construido cerca de 1630, en Porta del Sole. Esta es una de las casi treinta puertas que la ciudad posee y que, en conjunto, dibujan una escala de tiempo intensiva. Desde los asentamientos etruscos anteriores al siglo VI a.d.C., hasta algunos acentos neoclásicos de mediados del XIX. Los salones del palacio fueron abiertos a la discusión literaria y científica de la mano de Maria Bonaparte Valentini, en 1849. La colección comienza con la donación del humanista perusino Prospero Podiani, quien en 1582 ya había atesorado un número aproximado de diez mil volúmenes. Actualmente el fondo llega a casi cincuenta mil. Desde 1623 la Biblioteca Augusta está abierta al público y, en este palacio en particular, desde 1964, cuando el conde Conestabile lo cede a la comuna. Sin embargo, con toda esta información, la que se encuentra disponible en la página del catálogo digital del propio centro, sólo busco generar el marco referencial para alojar una asociación que se puede aplicar a cualquier biblioteca pública del mundo. Aunque quisiera insistir en el hecho que el acceso a ésta en especial, hace que su frecuentación coincida más con la descripción de una peregrinación o el ascenso a la cima de los Apeninos o los Andes, que con la imagen del intelectual sedentario, y advertir que para llegar a dar vuelta la primera página de uno de los libros de su colección, primero hay que recuperar el aliento.
En fin, la pregunta de fondo que explica todo este recorrido es: ¿Por qué las bibliotecas públicas siempre son frecuentadas por un porcentaje de personas que han perdido la razón? Esto, afortunadamente siempre en menor proporción que los cuerdos, representados por estudiantes e intelectuales que, sometidos al rigor del silencio colectivo, escuchan las voces que salen de los libros abiertos. Sin embargo, como es evidente, no es fácil distinguir quien es quien en esta escena. El teatro ya se ha encargado aplicadamente de tal confusión y no creo que sea capaz de aportar otro ejemplo a los clásicos. Lo que sucede es que varias veces ya, en este alto lugar, he coincidido con un personaje que, estoy seguro, está del todo en otro espacio-tiempo y, contemporáneamente, comparte conmigo el contexto: la biblioteca. Sé que éste es uno de los primeros indicios vividos por quien ha perdido efectivamente la razón, proyectando en los demás ilusiones de desorden y falta de correspondencia. Pero esto que describo es una realidad, o quizás solamente lo sueño, para continuar con las alusiones a los giros más recurrentes de la literatura y el arte. Locura, sueños y libros. Pero tal como lo precisó Artemidoro en el siglo II d.C, en su Interpretación de los sueños, existen los que podemos definir como visivos y los alegóricos. Los visivos se viven tal como fueron soñados, los alegóricos son aquellos que revelan su significado a través de enigmas. De modo que no busco saber si esto es una proyección, me refiero a la de la presencia de personas que han perdido la razón en la biblioteca, o no. Porque, nadie podrá negar que los locos y las bibliotecas son como los libros a éstas, es decir necesarios. El personaje que describo llega parsimoniosamente, tal como cada uno de los cuerdos, con su cuaderno de notas, y pide en consultación dos libros -no especialmente voluminosos- siempre los mismos. Uno es azul, un breve tratado de ciencias políticas; el otro, negro con amarillo, que anuncia en su lomo la promesa de transmitir los secretos de Windows 95 sin esfuerzo. Estamos en el 2008 y hay varias versiones del programa computacional de por medio, lo que lo margina de lo que podríamos llamar una discusión bibliográfica actualizada, a no ser que estemos ante un arqueólogo digital. En estos ambientes todo puede ser. La mezcla de ambos compendios es, por decir lo menos, onírica. Descartes soñó con dos libros, en aquellos fundamentales episodios de la noche del 10 de noviembre del 1619, claro que se trataba, en ese caso, de un importante diccionario y una antología de poesía: Corpus poetarum, publicada en Lyon en 1603. Es decir, dieciséis años antes que el sueño de Descartes y, comparativamente, tres menos que la anacrónica versión que revisa mi excéntrico colega, y que me sirve de prueba para su diagnóstico definitivo. Sin embargo, en este caso, sueño o no, el personaje de la biblioteca es la perfecta combinación entre un sueño visivo y uno alegórico. Visivo, porque lo veo ahí, frente a mí, y alegórico porque en todas sus acciones veo reflejada, enigamáticamente, la ceremonia que funda la supuesta diferencia entre el cuerdo y el loco. Para se más preciso, entre el loco y el sabio. Dedicado, con acuciosidad, como el más preparado. Espejo de las acciones de quien goza de juicio y perfeccionista en los remedos de una metodología científica exacta. Pero Freud ya lo dijo de Artemidoro, cuando calificó la obra clásica como la más rica y atenta interpretación de los sueños según las creencias populares del mundo grecorromano: no hay cómo saber cual es la interpretación correcta, lo importante es intentarlo. Es decir, autoanalizarse. Tal como le recomendó el psicoanalista vienés -para volver a Descartes- al curioso que, queriendo conocer del inconsciente del más consciente de la modernidad, y de paso poner a prueba la nueva teoría psicológica, le solicitó tendenciosamente la interpretación de aquella serie de sueños cartesianos. Freud respondió que el trabajo ya lo había hecho el propio Descartes al analizarlos y al sugerir incluso un título inspirador para el cuaderno donde los copió: Olympica. Por esta misma razón la explicación que intento de mi vivencia no importa si es acertada o no. Tal vez no es más que un eco, el reflejo feroz de la circunspección de quien, con dedicación, ficha, revisa, compara y coteja, con científica claridad, cada componente de sus inconducentes hallazgos. Sin embargo, creo que nunca resolveré quien es el sabio, me evado del reflejo de aquel mimo -los evito por principio- que hace de intelectual, y me quedo en las maravillosas vistas que la ventana de la biblioteca ofrecen. Aún queda algo de luz y eso permite que los cristales no se vuelvan espejos. El horario invernal es desde las 8.30 de la mañana hasta las 18.30 en la tarde.

Perugia, febrero 2008.

3 comentarios:

Javier Edwards dijo...

Pablo,
Un saludo desde NY (donde vivo). Me encontré con tu blog por casualidad y me gustaría saber que es de ti en estos días.
Javier Edwards

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Unknown dijo...

Pablo, que ganas de ver a tu onírico colega de estudio, envidiable lugar por lo demás.
Tus alumnos preferidos siempre me preguntan por ti.
Muchos saludos, espero que estes muy bien.

Daniela Montenegro