Las obras están restauradas y conservadas, sin embargo, hay una característica que destaca particularmente. Algunas de ellas, años atrás, fueron invadidas por las termitas. Los agujeros, perfectamente elaborados, resaltan por la sombra exacta y profunda de sus bordes. Cada una de las esculturas implica un diseño del termitero que la pobló. Una negra constelación de puntos que recuerda las guías que utilizan los escultores para la transferencia de las medidas de los cuerpos, llamadas repères (en francés: referencia, marca) y que, para dar un ejemplo, enrarecen el rostro de Napoleón o el maravilloso cuerpo de Paulina Borghese Buonaparte reclinada semidesnuda en su triclinium, como Venus vencedora (1804-1805), de Antonio Canova. Esta vez, de la mano de los insectos, las marcas están dispuestas de manera aleatoria, como si en vez de reorganizar la intersección de los puntos de un polígono regular, atravesado por decenas de aristas, guía volumétrica de la retícula visual que usa el escultor, se hubiese perdido el orden y, más que parecer el retrato de un santo, parecieran las cicatrices de un peircing intenso o los tatuajes de una tribu lejana. Otra asociación inmediata, que no puedo dejar de mencionar, son los gráficos ópticos de Alfred Yarbus con los que, este estudioso de la percepción, demuestra los recorridos que realiza el ojo ante cualquier objeto, antes que podamos decir que es una cosa y no cualquier cosa y, de ahí, un nombre. Es bien conocida la ilustración sobre el reconocimiento ocular, realizada por Yarbus en 1967, precisamente sobre una escultura, el busto de Neferitis, la que cubierta de puntos, como si se tratara del mapa transoceánico del tráfico de una línea aérea, mantiene su perfil incólume. Afortunadamente, estas figuras barrocas han recibido un baño purificador que asegura su vida como objeto. Son algo así como momias de un cuerpo que nunca ha muerto, porque nunca tuvo vida, pero que tiene la fuerza de la vida. Los insectos que las habitaron, para decirlo sin eufemismos, representan nuestros gusanos, los que llevan al polvo la carne de estos modelos de madera. En general, asumimos que las figuras no mueren, pero creo que en este caso, representan los vestigios de la vida de las cosas, es decir, la marca del espacio y el tiempo que alcanzaron mientras compartieron un mundo común con los mortales. No quiero referirme al personaje de Pinocchio, aunque podría ser una línea de lectura para la vida de estos objetos. La serie de bustos-relicarios realizada por Benedetto Siculo entre 1624 y 1633, lo demuestra. Mientras, al frente, entre otros bustos, las láminas de plata han protegido perfectamente a Santa Irene de Giovanni Battista Gallone (1617-1625), manteniéndola intacta (en el estricto sentido de la palabra). Las miradas, los gestos, todo es acción en el conjunto, mientras, al mismo tiempo, las figuras se mantienen aisladas: es así la vida de las cosas. Acción detenida en un tiempo detenido, figuras puestas en libertad en el espacio de exhibición contemporáneo, laicizado, sacadas de sus nichos. Sí –bien digo– nichos. Insisto: son muertos traídos de la vida eterna de las imágenes, sacados de sus fosas para ser emplazados en la distancia y nitidez del plinto del museo, rompiendo el espacio votivo por el de exposición. San Fortunato con su túnica dorada más bien parece un senador romano. De pie, la audiencia, fiel a su condición, ya no espera la palabra, ni el gesto, ni el milagro. Estas figuras se han debilitado porque el espacio de presentación que hoy conocemos y compartimos está marcado por el gravamen de la figura del autor. Éstas son hoy medianamente anónimas, queda la figura, el relato, pasando delicadamente de la vida de los santos a la eternidad de los objetos. Encarnando problemáticas que también son apreciables en los museos de cera, que vendrían a ser un espacio intermedio, el que coincide en muchos aspectos y técnicas con la escultura religiosa, a pesar que la ceroplastía, por momentos, tiene otras intenciones. La devoción es innegable, sea el museo como la iglesia, en la carne o la carnación material que la ilustra, es visible para el visitante aquella voluntad de eternidad que emana aún de estos cuerpos.
Lecce, enero 2008.
Lecce, enero 2008.
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