lunes, 11 de febrero de 2008

Nuevas antigüedades


Mario Praz en uno de sus libros en que trabaja el problema del barroco (porque el Barroco es un problema) escribe una frase muy certera: "Los cataclismos pueden dar lugar a descubrimientos arqueológicos destinados a deleitar al mundo, como aquel que recuerda una famosa frase de Goethe a propósito de los descubrimientos de Erculano y Pompeya; pero también puede ocurrir lo inverso, es decir que descubrimientos arqueológicos den lugar a cataclismos"(1) . De este modo, el erudito italiano da cuenta, con la agudeza que lo caracteriza, de las transformaciones que sufrió la ciudad de Lecce, Italia, al extremo de la gran península, «la Puglia», debidas al descubrimiento y posterior excavación del anfiteatro romano, ubicado en pleno centro histórico (ver fotografía). Actualmente podemos visitar el lugar y apreciar las pruebas materiales de las queja de Praz, quien describe la demolición de una importante cantidad de edificios del siglo XVII para hacer espacio a la excavación. Pasados al menos treinta años de la publicación del libro que incluye el ensayo «prazesco» sobre de las tierras de Otranto, quisiera dar cuenta de una asociación posible con la metáfora arqueológica que es pieza fundamental para el psicoanálisis freudiano. Esta relación está motivada por la coincidencia, totalmente fortuita –inconsciente mediante– de una visita a la ciudad, la lectura del texto de Praz y del catálogo de la muestra realizada por el museo Freud de Londres, con una selección de la colección de objetos de arte antiguo del psicoanalista.
Lecce, a manos de sus habitantes, tal como acusa el escritor romano, no tan solo reemplazó algunas de esas construcciones complejas, catalogadas como barrocas, por edificios de estilo fascista como afirma, sino además, a manos de nuevos arquitectos que vinieron después, profundizaron el cataclismo implícito en la destrucción de la escala general de la ciudad. Sin embargo, no quisiera generalizar respecto de toda la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, no es mi intención deducir que algo comparte toda el diseño contemporáneo de estructuras habitables con esa herencia fascista que pareciera filtrarse en los muros-cortina, la cultura del reflejo, la transparencia y el horror al ornamento. Simplemente busco reflexionar sobre el problema de la convivencia de distintos tiempos en un mismo espacio, de lo que este sitio es un ejemplo claro. Esta situación, la de tiempos anteriores en espacios coevos –es obvio– no tan sólo la vivimos en lo arquitectónico, hay otras dimensiones donde se hace manifiesto esta confluencia. Donald Kuspid describió, en el artículo que hace de apéndice al catálogo con la muestra de objetos de arte antiguo de Freud, la compleja relación que se establece cuando pensamos que la antigüedad es la infancia de la cultura. De forma tal que su avance cronológico representa una dimensión más madura de una misma vida orgánica universal, de la que no podemos resguardar todo –bien digo– todos los vestigios (2) . Freud lo dice, el psicoanálisis vino a perturbar el sueño de la humanidad, pero hoy sabemos que algo más que sólo su sueño. Se trató de un cataclismo que transformó la faz de la experiencia. Pero eso que va quedando del espacio que compartimos como comunidad, la ciudad en sí misma, como panorama estratificado de los distintos tiempos, se transforma en la superficie a la que nos asomamos como visitantes. Hoy, cada turista en su propio Grand Tour (grande o pequeño), para volver sobre tópicos goetheanos, premunido de su cámara visual, genera su propio registro estratificado de lo que hasta este momento se levanta o reaparece de la arena que cubre –una y otra vez– el futuro del pasado de la convivencia humana. La propia vida del tiempo queda reflejada en el espacio construido, como modelo del concepto de espacio y tiempo. La ciudad de Lecce y su "barroco leccese" como lo designan los textos, pareciera interrogarnos por qué tipo de colección imaginaria poseemos, cuando ordenamos –como Freud su escritorio, según la descripción de Peter Gay en ese mismo catálogo– cada una de las piezas de nuestra colección personal, en el inmenso anfiteatro de la vida traumática del organismo que llamamos mundo. Si con nuestro paso cubrimos maravillas o las descubrimos, pareciera ser objeto de la vida de ese mundo y de la nuestra también. De modo que eso que nos sorprende al dar con "el alma de las cosas", como describe Praz a quien viaja de verdad, refleja involuntariamente la pregunta por qué elementos de nuestra propia vida psíquica son vestigios recuperados, nuevas construcciones o la combinación involuntaria de todos los tiempos vividos a la vez (3).

Lecce, Italia, 25 enero 2008


(1) Praz, M. Il giardino dei sensi. Studi sul manierismo e il barocco. Milano: Mondadori, 1975.
(2)Kuspid, D. "Una metáfora efficace: l'analogia tra archeologia e psicoanalisi" en Freud e l'arte: La colezione privata di arte antica. Ed. Gamwell, L. y Wells, R. Roma: Il pensiero científico, 1990, pp.133-152. Intro. Peter Gay.
(3)Praz, M. Il mondo che io ho visto. Milano : Adelphi, 1982. Praz (1896-1982), privilegiado espectador, no tanto por su capacidad de remitirse a los hechos como a la vida de los objetos producidos por el arte y la literatura moderna, plasmó sus experiencias de viaje, entre otras de sus obras, en su último libro titulado El mundo que yo vi, recopilación publicada el año de su fallecimiento.

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