martes, 23 de septiembre de 2008

Interior familiar




Hace unos días encontré en una librería una publicación relativamente reciente de Stephen King, titulada On Writing, que incluye una pequeña autobiografía, además de una serie de consejos sobre escritura del genio del terror. No dudé en comprarlo, me cautivó la manera descarnada en que relataba los hechos vividos, tal como luego comprobé que él mismo aconsejaba a sus lectores, ávidos de un consejo hacia el best-seller. Tal vez influenciado por este manual de King, me decidí a publicar este pequeña crónica de una escena que vi en un tren hace pocas semanas.
Viajaba en un Eurostar entre Roma y Lecce, una ciudad barroca al final de la Puglia. En los cuatro asientos que están justo en diagonal, viajaba una familia compuesta por un hombre mayor, su mujer y un hijo de aproximadamente dieciocho años que padecía algún tipo de retraso mental. Apenas el tren empezó a moverse entramos en esa especie de suspensión que se vive dentro de estas máquinas. No obstante los progresos tecnológicos, al mantenerse el orden tradicional de los asientos, todo recuerda esas primeras pinturas en las que se ve el interior del tren (primera y segunda clase incluida), especialmente aquellas pintadas por H. Daumier, pero también, las primeras fotografías y, por cierto, el primer film de los hermanos Lumière, a fines del XIX.
El silencio inicial termina rápidamente. La gente comienza con el ruido incesante que producen las bolsas plásticas y el uso de los teléfonos celulares, así como la conversación constante que vuelve insoportable el ambiente. En ese momento, el hijo de esta familia que contemplo como si fuese un cuadro viviente, empieza a hacer algunos ruidos extraños, silvidos y gestos, a un volumen que no es mayor al de la gente que conversa o habla por teléfono, pero más inquietante. El padre decide que es momento de almorzar: saca una bolsa, pan, un poco de jamón y una botella de agua. El muchacho se inquieta aún más, grita, hace un ruido aún más extraño, como de una sirena. El padre saca un cuchillo para hacer los sandwich. El cuchillo es de un tamaño completamente desproporcionado para el tentempié que prepara. El muchacho trata de tocar el cuchillo, el padre lo controla con una sola palabra en dialecto. Concluyo que es sordomudo, algo hay en la proporción de los sonidos que no corresponde, una discordancia entre el volumen, el tono y el espacio acústico. El muchacho mira el cuchillo con más interés que el sandwich que le ofrece su padre. Finalmente acepta el pan. Comienza otra fase de la escena.



Cada una de las mascadas que le da al pan son más y más grandes, los padres miran por la ventana el paisaje, mientras comen a su vez, cada uno, uno. El muchacho podría ahogarse en cualquier momento con uno de los pedazos que, con dificultad, va engullendo. Masca con decisión, el pan es muy seco, es evidente. Cuando termina de tragar, el padre, con un gesto mecánico, le da una botella de agua de medio litro, que bebe de una sola vez. Al final, juega con su lengua tratando de sacar hasta la última gota. Es una especie extraña de simio, es un animal, grande y fuerte, al mismo tiempo que no es más que un niño grande. Una vez que la madre le quita la botella, empieza a buscar entre las bolsas donde el padre había ordenado los restos del improvisado almuerzo. Es obvio, busca el cuchillo. La escena inocente de un tren que cruza los campos que antiguamente fueron ocupado por los héroes armados con espadas, se hace presente instantáneamente. César, Aníbal, Augusto o Mucio Scaevola, quienes hoy no son más que parte de la historia o de la mitología reviven en el gesto inocente del muchacho. Él desconoce la referencia histórica, no obstante, se hacen presentes para él las escenas que ha vivido inevitablemente. Me refiero a las que propone la televisión o la convivencia cotidiana con otros niños. Su gesto es inocente, pero al mismo tiempo peligroso, podría terminar en un drama. El padre le quita el cuchillo y lo guarda con especial cuidado. Se trata de un instrumento doméstico que tiene la capacidad de transformarse en arma. Mientras lo controla, intentando que entienda que no tiene derecho a usarlo, inevitablemente consigue fijar en la memoria del muchacho el objeto.
No obstante las palabras del padre, mi mente no se tranquilizaba con las mismas ordenes que le da a su hijo. Mientras, en el fondo del vagón, aparece el inspector, que es lo más parecido al cherif del tren. El niño vuelve a hacer los ciclos de silvidos y ruiditos con la boca. Cuando el inspector llega para revisar los boletos, suena su celular, responde con tono doméstico a una llamada doméstica. Corta y sigue revisando los boletos. El ring-tone es el pito de una vieja locomotora, el niño queda completamente desconcertado e inmediatamente imita el sonido casi a la perfección.
La escena familiar sigue su curso, mi presencia es circunstancial. El padre se duerme. Yo no podía dejar de pensar que el viaje tomaría un curso dramático.
Un tren de alta velocidad que cruza los campos del sur Italia, sirve de teatro para la resolución de un drama, al mismo tiempo que para una coincidencia histórica. Aquel mundo perdido de las estructuras míticas de la tragedia, que fundan la cultura occidental, siempre familiar (padre, madre, hijo) podía darse cita a pocos metros de mi asiento. El hijo que asesina a sus padres con un enorme cuchillo que inexplicablemente el padre a traído al viaje, contrasta con el ambiente extrañamente tecnológico representado por un tren que no emite ya el sonido que el celular del inspector reproduce y que recuerda una vieja locomotora. Quizás ése será el móvil de la escena final, entre los sonidos y la reminiscencia de un mito, eternamente brutal, que pude reiniciarse a través de un niño que decide, sin querer, matar a sus padres.

Roma-Lecce, 2008.

3 comentarios:

Kevin Murray dijo...

This seems very dangerous and dramatic, Pablo. It makes driving a car seem so boring.

alejandro mendez dijo...

¡Bellísimo relato, Pablo!
El plano sonoro se convierte en un personaje más, y el cuchillo es una suerte de Deus ex machina.

Un gran abrazo

Paola dijo...

Apasionante !!!
Lo próximo tendría que ser algún libro de cuentos cortos ¿no lo has pensado?